Este grupo indígena deambuló en el sur de Chiloé y la peninsula de taitao. En aquel laberinto de islas, canales y fiordos, desarrollaron una peculiar forma de vida. Eran nómadas y su principal actividad era la caza del lobo marino, la pesca, realizada por los hombres. Y la recolección de algas y mariscos, realizada por las mujeres; también criaban perros y con su pelo tejían toscos paños. Para el cumplimiento de estas actividades se desplazaban en canoas fabricadas de tres tablas, conocidas con el nombre de "dalcas". Las mujeres eran quienes obtenían el alimento y los hombres permanecían en la dalca, manteniendo el fuego. La técnica para recolectar ciertos peces y mariscos era el buceo, realizado por las mujeres, quienes llevaban en sus cuellos canastos donde los acumulaban antes de emerger.
Habitaban pequeños armazones de palos cubiertos con cueros, o bien vivían en cuevas. Su organización social consistía en bandas muy pequeñas que solo se mantenían permanentemente unidas a nivel familiar. Las mujeres también participaban en actividades económicas básicas mariscando en las playas, también contribuían a la crianza de perros de los cuales aprovechaban el pelaje y tejían paños de tosca textura.
En su etapa de desarrollo más bien arcaico, desconocían la alfarería; con seguridad sólo se sabe que desarrollaron ritos mágicos y los cuerpos de los muertos eran dejados generalmente en cuevas. Fabricaron lanzas, mazas, anzuelos de madera y redes de fibra vegetal. Su vestimenta al parecer eran taparrabos de algunas algas marinas y se cubrían el torso con capas de cuero o tejidas de pelo de perro. También en ocasiones usaban gorro y se pintaban la cara con colores rojo, negro o blanco.
El idioma chono, del que quedan pocos registros, parece haber estado emparentado con el kawésqar y se postula que podría tratarse de un dialecto de él.
Sepultaron a sus muertos bajo aleros rocosos y oscuras cavernas.
A la llegada de los españoles, vivían en clanes. Recorrían grandes extensiones de territorio en busca de alimento. Los jesuitas iniciaron su evangelización y escribieron un catecismo en su lengua. Las autoridades de Chiloé designaron como jefe e intérprete a un hombre llamado Pedro Delco, para que fuera un representante del rey entre su pueblo. Hacia fines del siglo XVIII, el pueblo de los chonos había ya desaparecido, mezclándose definitivamente con la población chilota. Los últimos fueron enviados a vivir en una misión jesuita en las islas Guar y Puluqui, en el archipiélago de Calbuco y luego trasladados al sur de Chiloé, a la isla de Cailín, que pasó a ser apodada El Confín de la Cristiandad.
Habitaban pequeños armazones de palos cubiertos con cueros, o bien vivían en cuevas. Su organización social consistía en bandas muy pequeñas que solo se mantenían permanentemente unidas a nivel familiar. Las mujeres también participaban en actividades económicas básicas mariscando en las playas, también contribuían a la crianza de perros de los cuales aprovechaban el pelaje y tejían paños de tosca textura.
En su etapa de desarrollo más bien arcaico, desconocían la alfarería; con seguridad sólo se sabe que desarrollaron ritos mágicos y los cuerpos de los muertos eran dejados generalmente en cuevas. Fabricaron lanzas, mazas, anzuelos de madera y redes de fibra vegetal. Su vestimenta al parecer eran taparrabos de algunas algas marinas y se cubrían el torso con capas de cuero o tejidas de pelo de perro. También en ocasiones usaban gorro y se pintaban la cara con colores rojo, negro o blanco.
El idioma chono, del que quedan pocos registros, parece haber estado emparentado con el kawésqar y se postula que podría tratarse de un dialecto de él.
Sepultaron a sus muertos bajo aleros rocosos y oscuras cavernas.
A la llegada de los españoles, vivían en clanes. Recorrían grandes extensiones de territorio en busca de alimento. Los jesuitas iniciaron su evangelización y escribieron un catecismo en su lengua. Las autoridades de Chiloé designaron como jefe e intérprete a un hombre llamado Pedro Delco, para que fuera un representante del rey entre su pueblo. Hacia fines del siglo XVIII, el pueblo de los chonos había ya desaparecido, mezclándose definitivamente con la población chilota. Los últimos fueron enviados a vivir en una misión jesuita en las islas Guar y Puluqui, en el archipiélago de Calbuco y luego trasladados al sur de Chiloé, a la isla de Cailín, que pasó a ser apodada El Confín de la Cristiandad.
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